viernes, 25 de enero de 2013


 

Delante de mis ojos

Mi corta vista me impide mirar más allá de las arboledas lejanas, las montañas azules y las nubes que a lontananza me parecen mechones de algodón, rizadas por el viento.  Me coloco los lentes y la vida vuelve a ser afable. Lo lejano se acerca, lo opalino se transparenta y el color inunda mis pupilas.  Se alzan aves en los cielos y el sol brilla más que minutos atrás. El verde es más verde, el amarillo lo es más.  Y la tarde me invade con su gama de rojos y naranjas hasta quemar el aire.  Es sorprendente que cristales delante de los ojos cambien vidas, transformen espacios y permitan admirar el diorama de la creación con más intensidad.  Lástima que los humanos, incluyéndome a veces  preferimos mirar el gris de las aceras y el oscuro asfalto de las calles para evitar pensar en que todo lo que nos rodea tiene un dueño, el Ingeniero de las formas, el Arquitecto de lo creado.


ASÍ TE QUIERO YO

Nada tengo sin que medie
tu mirada. 
Sonrisas al viento, alegrías
escondidas en el abismo oscuro
de tus ojos , aquel de luces en
las mañanas y sombras en la noche.

Clamores de silencios en la tarde
dulzura de manos que se acercan
en el lazo indisoluble de un encuentro.

Como buscar pretextos para estar contigo.
sin tener nada que mediar, sin mediar nada
que temer.

Así te quiero yo 

viernes, 18 de enero de 2013



ATARDECER EN AGONÍA

Le hablaré a las piedras
A la lluvia y a las flores
De todo aquello que no te dí

Rebuscaré en la cárcava
La voz perdida de los tiempos
Las alas diáfanas de la briza
Para colmarte de azahares luego
En la penumbra fría de tus caricias.

Moriré luego a tu sonrisa para vivir
Llorando tu partida
Como crisálida a toda prisa
Atardecer en agonía.


martes, 15 de enero de 2013



SOY JUSTO
(monólogo reiterativo)

Soy Justo, vivo  detrás de la quebrada.
Tengo derecho a vivir, y vivo de mi trabajo.
Trabajo recolectando lo que los demás desechan;
desechos de comida, basura plástica y botellas de vidrio,
vidrio azul, verde y transparente, latas de aluminio y llantas usadas.
Usada las cosas, los hombres las desechan.  Así como un desecho a veces me siento yo. 
Yo deseo que los gobiernos pongan atención a los niños que andan en las calles pidiendo.
Piden limosna y comida para vivir.
Vivir así no es vivir, es solo sobrevivir. 
Recuerdo que sobreviví a dos accidentes automovilísticos, y a una bala perdida que me dio en el estómago, cuando malos vecinos discutían.
Discuten en el parlamento leyes en contra del maltrato animal, pero poco hacen por erradicar el maltrato a los pobres.
Pobre es el que vive en esta situación,  pero más pobre el que tiene y no comparte.
Compartir es quizás la solución a los males de la sociedad. 
La sociedad debiera compartir la riqueza por igual. 
Igualdad es que haya derechos para todos. 
Todos gozarían de derechos si las leyes fueran más justas;
Justo es mi nombre y vivo detrás de la quebrada…

sábado, 12 de enero de 2013


EL CARBONERO

Colocada sobre el poste de aquella cerca, una lata invertida reflejaba el sol de la mañana, la que a lo lejos me invitaba a acercarme.  Aquel portón de alambres y troncos que limitaba la entrada a aquella propiedad me causaba unos deseos intensos de transgredir los linderos.
Mi corazón se aceleraba al escurrirme entre el alambrado de púas al lado de la entrada y a cada paso que daba me preguntaba si era correcto lo que estaba haciendo.  Se decía que en la pequeña y destartalada casucha levantada sobre aquellos agrestes terrenos vivía el viejo carbonero del pueblo, un ser sacado de una febril mente que según algunos resucitaba cada noche de las cenizas.  Algunos incluso lo veían arder durante la noche para luego perseguir furioso, envuelto e llamas a quienes se atrevieran transitar por su propiedad.   Es por eso que decidí espiarlo a plena luz del día, con la esperanza de no encontrármelo con las ropas encendidas y la cara iluminada en actitud desafiante. 
Atravesé un polvoriento camino, bordee un establo vacío, y llegué hasta una cerca viva de amapolas. Ahí me detuve al observar la chimenea humeante de la vieja casucha.  Suponía que adentro un anciano barbudo con ennegrecidas ropas me saldría al encuentro y en cualquier momento se prendería en llamas hasta sacarme del susto de aquellas inmensidades.
No estaba equivocado, un anciano de luengas barbas, andar taciturno y ropas maltratadas, que destilaba hollín como brea, se asomó por el hoyo de la desvencijada puerta.   Yo sólo le devolví el gesto con otra sonrisa, una tímida y casi imperceptible.  Cómo no tenía un pretexto seguro del por qué estaba ahí, se me ocurrió la lógica idea de preguntarle si me podía vender una medida de carbón suficiente para encender una parrilla, a la que él respondió con una gesto entre sus manos, llamándome a ingresar a la vivienda.  Estando ahí pude ver entre anaqueles, fierros viejos y paredes ennegrecidas varias fotos de él en un barco pesquero.  Pude apenas divisar su figura con sombrero de capitán y un habano entre sus dedos.  Parecía feliz desafiando olas, lanzando redes y remontando a cubierta, miles de peces de variados tamaños.
A punto estaba de lanzarle la pregunta obligada sobre la suerte de su vida, cuando me despachó de inmediato, entregando en mis manos medio saco de un negro carbón reluciente,  seco y oloroso, apto para ser encendido en cualquier fogón o parrillada que quisiera. Se acercó tanto a mí que me vi forzado a salir de prisa y reconocí al instante  que me debía de ir. Intenté acercarme de nuevo a su persona con la intención de cancelar el valor de la compra, pero de su rostro que apenas relucía el blanco de sus ojos, una mueca universal de desaprobación, me indicaba que mejor me alejara.  Supuse entonces que amablemente me regalaba la mercancía.
Cuando me voltee por fin para devolverme por el mismo camino, me sorprendí de noche, envuelto en una espesa neblina y el sonido de animales nocturnos merodeando en mi cabeza, hasta que luego un silencio sepulcral que duró varios minutos se adueñó de aquel terrible lugar. Miré entonces con miedo de reojo hacia atrás y la figura de aquel vetusto hombre envuelto en llamas y la vieja cabaña también incendiada, me confirmó que la mente a veces nos juega extrañas pasadas que nunca sabremos comprender. ¿Estaba despierto o dormido?.  Lo cierto es que mis pies respondieron instintivamente a la llamada de huida  los que me condujeron de prisa fuera de los linderos de aquella maldita propiedad. 
Hoy les cuento a mis hijos que aún me provoca escalofríos contar aquella historia.  Luego supe que aquel desdichado capitán fue un holandés que terminó siendo carbonero en un alejado rincón de mi país en donde viví mi infancia.  Tuvo la mala suerte de que por un accidente el barco que navegaba estalló en llamas, muriendo gran parte de su tripulación; excepto él, quien fue rescatado del naufragio aferrado a un madero en altamar.  Cargó con la culpa toda su vida y es por eso que algunos dicen que en todas las noches, aquel desgraciado hombre se encendía en llamas para sufrir lo que vivieron aquellos infortunados marineros y decidió  ser carbonero en recuerdo de aquella historia.
 

                   


VIENTRES
(Bendición eterna)

Sobre la herbácea llanura de los vientres
La frágil simiente asoma
Cual luna menguante en creciente 
Amalgaman figuras y formas

Nacen pies, cabeza y boca
Y con ello razón, sentimientos,  dicha
Y desdicha, esperanzas, manías,
Pecados , virtudes,  sueños y dudas
Y todo aquello que al humano concede
El Creador mismo de la vida.

Sobre  la herbácea llanura de los vientres
Un volcán de vida emerge, nueve meses
De alegría concentrada en la espera
Nuevo ser que brota de las madres
Bendición eterna de esta Tierra.

jueves, 10 de enero de 2013




BUSCO Y ENCUENTRO

Busco que busco
Recobrar los sermones
De antiguos revuelos
Desvelados temores

Inundar mis pupilas
De humedecidas sábanas
Con almas de vivos
De amor siempre en calma

Busco que busco
Hechizar la mañana
Con tus formas de niña
Tu silueta arropada
Aparcar tu figura
De mujer trasnochada

Encuentro que encuentro
Al fin mi pretexto:
¡No dejar de mirar
Lo que yo más deseo
Clavar mi mirada  
Responder a tus besos
Abrazar tus caricias
Vivir de tu aliento!






 

SIN PALABRAS

CUAL SINUOSA ENSENADA
MIS PALABRAS SE ENREDAN
EN ATRAPADAS METÁFORAS
QUE CON DIESTRA MANÍA
SE ME CUELAN DEL ALMA
Y EN APEDREADAS RAZONES
SILABEO REYERTAS
SONIDOS DE VOCES
MAÑANAS LEJANAS
ES CUANDO EN SOMERAS IDEAS
REMIENDO SONETOS,
DIBUJO SOSPECHAS
QUEDO CON LA PLUMA
COLGANDO DEL ALBA
SOBRE PÁGINAS BLANCAS
SIN QUE ESCRIBA NADA.

 

CANCIÓN ESCONDIDA

Deletreando versos
marche en días de estío 
en busca de alguna estrofa
para mis alegres silbidos.

Encontré girasoles
remontando las colinas,
hortensias frondosas  entre
mis pupilas.

Tropecé entonces con
gigantescas piedras,
de frambuesas llenas.
silvestres en la vereda.

Recogí de las aguas de torrentes frescas:
nenúfares, libélulas y juncos de la ribera.

Volé contra el viento al son de la prisa y
en hojas de enebro colgando
me dormí aleteando en la briza.

¡Entre las nubes anduve,
soñando que estoy despierto!

Continué  deletreando mis versos,
en busca de terminar canciones.

¡Aquellas que aún no terminan!
¡Aquellas que aún se me esconden!



Azul amargo

Lo que ayer fue
amarillo intenso y
rojo escarlata,
hoy azul amargo es.
¡Penumbra en las brazas!.

En la paleta diestra
de nuestro amor que
se muere,
enardecen deseos,
que aún no se acaban.

Colores que aún no pinto
pinceladas que faltan.

Queda entonces clavar los recuerdos,
retenidos en la espera,
solaz de los tiempos,
a ver si el  amargo
azul de tus besos,
retome el color
del amarillo intenso.



LA EXISTENCIA

Es la existencia construida en
suma de ayeres, murallas salvadas,
de infortunios y golpes,
como mazos en  noches sobre
paredes desiertas.

Es transgredir la suerte echada en monedas,
sobre el purpuro manto de horas en vela.
Acampar en suelo de guerra,
luchar en trillados salones de historia ya idos.
Masticar la dicha de haber sorteado
temores  para dormirse luego
en  torrentes de goces,

En la vacuidad  misma que sufren los hombres,
la existencia es vital fuerza de arcaica memoria.
¡ Substancia  de dioses !.
¡Aliento  de vida!

miércoles, 9 de enero de 2013



“En el viaje de la vida no me
pueden  faltar mis versos , la pluma
en la mano y un pretexto para escribir..”.


CAZADORA DE MIS SUEÑOS.

Bajo la alborada de tu sombra
escribo tus silencios en espera de
retener lo  que la vida misma me
muestre en el susurro de tus penas.

Como aleteo de cristales que se cierran a
la misma hora y puertas que se abren
agostando mis caricias ,
la blanquecina luz de tus quimeras
se va alejando entre los valles.
Eres frágil cortina ahora que envuelve
mis soledades.


Clavo entonces mis recuerdos en las paredes
de tu historia, para formar zarcillos en tu
mente, floresta en tu memoria.

Descubro entonces entre las hojas,
virutas de los vientos,
que eres la elegida misma,
Cazadora de mis sueños.

martes, 8 de enero de 2013



EL COLECCIONISTA DE RECUERDOS

Qué es la vida sino un cúmulo de recuerdos acumulados  en nuestra mente.  A veces se nos presentan coherentes y secuenciales, a veces fraccionados y sin sentido.
Un objeto o evento puede desencadenar la salida a la luz de nuestros más recónditas evocaciones, incluso un olor particular nos puede conducir a un preciso momento de muestra infancia quizás a los primeros días en que ingresamos a la escuela o en nuestra adolescencia a los brazos mullidos de nuestro primer amor, aquel de “mariposas en el estómago”  En fin los seres humanos reelaboran constantemente su existencia a partir de las  experiencias vividas durante años, de coleccionar recuerdos para luego revivirlos algunos sólo en la mente, otros en el papel o en las pantallas de las computadoras. 
Los recuerdos se convierte entonces en la sustancia de la que se nutren los escritores…
¡Soy uno de ellos!…
Un coleccionista de recuerdos...



LA MONEDA


Me incliné a recoger la moneda que se me había caído de mi roído pantalón y entonces me di cuenta de que entre las piedras aún crecen dientes de león, apasotes y hojas de llantén, de aquellas que en mi infancia acostumbraba arrancar para  hacer según yo empanaditas machacadas con mis manos.
Al incorporarme de nuevo  el viento de la tarde me  hizo cerrar por un instante mis ojos y entonces divisé al ave de alas negras sobre mis cafetales que ya no están y a lo lejos las verdes montañas cuajadas de frondosas copas de malinche.
Ahora de nuevo abro mis ojos, molesto por una partícula de polvo que me hace lagrimar.  Me veo entonces derramando mi primer llanto por la niña que me había abandonado en medio del patio de mi escuela.
Me seco la cara y mientras espero el autobús me recuesto en un poste de luz, entonces revolotean en mi mente los viejos bombillos de campana que iluminaban mi antiguo barrio, de incendios constantes en casas de madera, de confites gratis en la pulpería de Don Juan; de rayuelas en la acera y cuerdas en movimiento en espera de que pequeños pies se atrevan a saltarlas.  De un beso a escondidas en el portal de alguna vivienda y santos en andas en Semana Santa, de molinos de maíz en la madrugada y cometas de bambú en las plazas

Busco en mi bolsillo la moneda para completar el pasaje.  Me doy cuenta de que me faltan cincuenta colones y reconozco que era la moneda que se me había caído; la que escasos minutos atrás sacudió estos breves  recuerdos, como una instantánea en mi mente.
Abordo el autobús…


CRISTALES DE VIENTO


Ayer entró el viento en las rendijas de mi puerta y con él el sonido de la lluvia  Llovía y cada gota golpeaba mis oídos y se acunaba en mi corazón que de sobresalto se aceleraba cada vez más.  Recordé entonces las interminables tardes frías de mis inviernos de infancia sentado en algún pupitre de mi escuela, mientras mi maestra se esmeraba a enseñarme a leer y a mejorar año a año mi torpe caligrafía y mi rudimentaria ortografía.  Recuerdo aquella lluvia horadar surcos sobre el amarillo césped del amplio patio, imposible de pisar por el agua empozada  a cada palmo del terreno.  Recuerdo la lluvia empañar todas las ventanas que a lo largo de mi existencia fueron cristales de viento que se interponían entre mis ojos y la realidad tangible.  Ventanas de escuela, parabrisas de autos, ventanales de autobuses, vidrieras de tiendas, espejos colgando en alguna de las paredes, ventanas de hogares que ya ni están, lentes en mi cara.   Pareciera que la vida se enmarca mejor detrás de algún cristal, se controla y reduce nuestro planeta en el transparente límite de aquella invención de cristales fundidos.  Detrás de las ventanas  nuestro mundo se rehace minuto a minuto mientras apenas somos espectadores, a veces pasivos,  a veces activos
Detrás de las ventanas escucho aún el sonido de  voces lejanas que me conducen a mis primeros años de vida…


SOMBRAS EN LA PARED


Me introduzco en la penumbra de la habitación con solo el objeto de mirar flamear la vela sobre el recipiente plástico que al final de su existencia terminaba por derretirse.  Me encantaba quedarme estático en la oscuridad,  hipnotizado por la roja llama que si no fuera por la briza que salía de las rendijas de las paredes de madera o mi aliento, apenas se movía. Me encantaba también el místico olor a cera fundida que manaba de ellas que era como un incienso que me conectaba con el mundo espiritual. Sólo cuando soplaba adrede sobre ella,  sombras se proyectaban en particular vaivén en el cielo raso y el entablillado de aquella habitación. Mi madre acostumbraba encender una velita cada vez que mi padre se ausentaba algunos días o semanas o la enfermedad se apropiaba de mi hogar.  Recuerdo estampitas de santos y un Sagrado Corazón de Jesús iluminarse apenas por la flama de esas velitas, colocadas como dije a veces en  pequeños frasquitos plásticos, y en otras sobre la superficie del agua, flotando sobre una capa de aceite. Lo que sé es que en la nostalgia que significa recordar esa escena, mi corazón se estremece aún en mi vida de adulto por la luz de cualquier vela, pues siempre significó para mí una necesidad que urgía solventarse y una súplica al mismo cielo por la seguridad y salud de alguien en la familia.




PÁJAROS LEJANOS

Miro aquella mancha roja en las ramas del limonero, lo veo a lo lejos e intento acercarme furtivo.   Quizás el sonido de mis pies me delatan y el cardenal sale huyendo.  Miro la paloma mimetizándose sobre la gris cornisa del edificio,  sólo el rojo rubí de sus ojos me recuerdan que está vivo.  Alas negras en lontananza flotando sobre la amarilla tarde me sorprenden  más allá de las ventanas del autobús, mientras un gavilán sobre alguna plaza levita en busca de su presa.  Comemaíces en el suelo, picoteando la hierba fresca en tardes de invierno, son compañeros de siempre cuando transito la ciudad.  Azulejos se cruzan en constante algarabía en mi campo visual entre los parques  y el bosque y el sonido de jilgueros colgando de alguna jaula me recuerdan que ando preso entre los humanos.  Llega entonces la noche y sobre los caminos, olvidados, el ululante sonido del autillo se pega a mis oídos sin dejarme dormir.   No será hasta que el lejano sonido de algún gallo me anuncia una nueva  mañana …
Aves flotando en mi cabeza, sonidos lejanos, sonidos actuales, que aún me sorprenden, colores intensos surcando los aires; verde profundo confundiendo las  hojas, todos ellos coloreando la vida, haciéndola más afable.
“Pájaros lejanos
Como lejanos recuerdos
Que aún siguen viviendo
Arrullando  mis versos”.




Sobre aquel cementerio de fierros viejos mis pies anduvieron en equilibrio sorteando maltrechas máquinas agrícolas  y refacciones  de autos.  Me adentré en el esqueleto de una vieja camioneta abandonada y  me senté frente al volante para imitar que andaba en media carretera conduciéndola a alta velocidad.  Al lado de un montículo de electrodomésticos en desuso dejé mi bicicleta junto a  la de mi amigo Antonio, mientras nos divertíamos ambos tratando de acertar puntería contra una pila de botellas de vidrio vacías. 
Fue cuando íbamos por la décima botella quebrada cuando recibimos una epifanía del cielo de esas ideas locas de juventud que según nosotros iba a sacarnos de la pobreza.  Decidimos recolectar botellas de vidrio vacías para luego irlas a entregar a un centro de acopio que quedaba un tanto lejos de nuestras respectivas viviendas pero que en bicicleta, seguro la ruta se acortaba.  Lo cierto es que en los siguientes días nos adentramos por cuanto lote baldío veíamos y recolectamos entre los vecinos las ansiadas botellas de refrescos y licor, en espera de que nos dieran buena cantidad de dinero por ellas. 
Recuerdo llenarnos de purrujas, unos pequeños insectos que pican como el demonio y plantas de ortiga provocarnos salpullido por todo el cuerpo cada vez que entrábamos a los terrenos abandonados; además de decenas de vecinos cerrarnos las puertas en las narices con la insolencia de aquellos que no quieren ser molestados por jóvenes insistentes como nosotros.
Lo cierto es que después de dos días de recolección logramos llenar un bolsón con aproximadamente cincuenta botellas.  Mi bicicleta estaba maltrecha para utilizarla, así que decidimos amarrar a como pudimos,  las botellas en el respaldo de la bicicleta de mi amigo.
 Y ahí montados en medio de aquel saco de redomas, mi escuálida figura de entonces y mi amigo Antonio, nos fuimos contentos al centro de acopio según nosotros a recibir la gran fortuna esperada.
 Atravesamos medio barrio y antes de llegar a la intersección de la carretera, mi muy querido y aguzado compañero de aventuras se le ocurrió la “genial idea” de pasar frente a la casa de una amiga y admiradora suya; Katia,  con el fin de “pavonearse” y demostrarle sus dotes de ciclista y ahora nuevo “hombre de negocios”.  En el preciso instante que pasábamos por su casa, ella iba saliendo y como si fuera película de Hollywood y el destino se confabulara en contra nuestra, el conductor de la bicicleta, quien no era más que mi estimado Antonio,  dio un mal giro y con todo y botellas fuimos a parar al suelo.  Se pueden imaginar mis lectores que más de la mitad de ellas se quebraron y otras tantas fueron a parar a los caños cercanos.
Esa tarde solo se escuchó en aquella calle la risa burlona y a la vez tímida de aquella bella chiquilla, y el murmullo entre dientes entre Antonio y yo quienes de un salto nos levantamos y comenzamos de prisa a recoger las desventuradas botellas que habían sobrevivido al percance, mientras suplicábamos al mismo cielo nos tragara la tierra. 
Como han de suponer, ese día solo recibimos unas cuantas monedas por aquella mercadería y decidimos humillados disolver la sociedad hasta nuevo aviso. 
¿La moraleja que me dejó esta historia?
Definitivamente hay una máxima universal:
“No hay que mezclar los negocios con el placer… mucho menos con el amor” 
¡Ah,  y la próxima vez me conduzco en mi propio medio de transporte!