sábado, 30 de marzo de 2013



NOCHE MISTERIOSA
(Pascua de resurrección)

Noche misteriosa,
hermosa por su presencia,
de luces en altares
de velas encendidas
de fuego en las entrañas
de aguas bautismales
de amor en sacrificio.
Noche hermosa
Paso de  oscuridad a la vida
de alegría y resurrección.
Noche divina
de incienso,
unción y cenizas
de un madero que ya
no sostiene a un muerto
ahora hay un hombre de
pie, el "Mesías resucitado"
Noche misteriosa
Noche de alegría.

viernes, 29 de marzo de 2013



BORRAR PALABRAS
Borrar palabras es como remendar lo dicho en el sitio preciso de la encrucijada, donde nada se pronuncia  y todo se propala.
Convertir la vergüenza de haber enunciado blasfemias,
en la afonía misma de las gargantas.

Borrar palabras es volver al inmaculado blanco de las páginas.
Al principio mismo del silencio eterno de la nada.
Pronunciar de nuevo lo que me cuelga del alma.
Desandar lo dicho, abordar la calma.
Es empezar de nuevo,  es volver al alba.

jueves, 28 de marzo de 2013



¿DE QUÉ COLOR?

En la banca de un parque cierro mis ojos, escucho el viento rozar las jacarandas.  Al abrirlos el mundo ahora es lila. Al cerrarlos de nuevo el ruido de un auto aturde mis oídos, poco a poco la luz de la mañana se sumerge en las cuencas de mis ojos, veo a la distancia el humo de aquel auto, el mundo ahora es gris.  ¿De qué color será en el siguiente parpadeo?




DEJARLO TODO

Dejarlo todo cuánto quisiera.

Abrir la celda, poder volar.

Cortar la cuerda de mi comenta.

Vivir sin penas, hasta cantar,

Una canción de tregua a mis amigos,

De pasos firmes en los Caminos,

De ramas altas que me den cobijo,

De alfombras de hojas en qué retozar.

Pero aún no es mi hora de alzar el vuelo,

Soy remedo de hombre entre los miedos

De suplicar de hinojos al mismo cielo

Alcanzar la dicha de volver andar.

Vivir la vida sin mirar atrás. 

sábado, 23 de marzo de 2013



LA RAMA DE OLIVO

Mi baja estatura me impedía mirarle; sólo recuerdo a una muchedumbre ansiosa seguir a aquel personaje montado sobre un burro, camino a Jerusalén.  Recuerdo también como algunos hacían alfombras de sus propias vestimentas para que el extraño con su animal de tiro no pisara el polvoriento suelo del desierto.  Supongo que desde las alturas de Betfagé *, los vítores y hosannas se escuchaban como una sola masa viviente de acordes unísonos: “¡Bendito el que viene en nombre del Señor”.  Yo permanecía aturdido entre tanta gente y a mis escasos siete años, no comprendía nada de los que sucedía.  Sólo seguía presuroso a mi madre, que angustiada deseaba a toda costa encontrarse con aquel humilde hombre de sencillas vestiduras.  En un momento y antes de llegar a la vía principal que conducía a la ciudad nos topamos con  el tronco desnudo de varias palmeras cuyas ramas ya ni existían, pues muchos ya las habían arrancado de cuajo para levantarlas como pendones al paso de aquel hombre.  Por más que rebuscamos entre arbustos espinosos, palmeras y árboles, no encontramos nada digno de ofrendar.  Después de minutos de tan infructuosa búsqueda decidimos recoger del suelo una seca rama de olivo que de ninguna manera presentaba signos de vida.  Por lo menos; pensamos, esa desvencijada cepa se confundiría con las frondosas ramas y flores que aquella humanidad regalaba a ese individuo.  La tarde caía y Jerusalem era toda fiesta.  Recuerdo más de un compañero de mi barriada llevar en sus manos ramitas de palmera con dátiles aún colgando de ellas, las que alzaban al son del viento como papalotes en vuelo.  La mía era una vetusta rama de olivo. 
Permanecimos mi madre y yo de pie cerca del sendero donde seguro pasaría nuestro extraño personaje, distraído con la idea de que cuando regresáramos a casa jugaría de nuevo con mi perro y mis juguetes de madera.  Absorto en esos pensamientos no había reparado que al paso del esperado protagonista un trozo pequeño de su manto se quedó prendido de la rama que alzaba en mis manos.  Quise seguir con la mirada a aquel hombre pero sólo logré divisar una de las orejas del burrito que montaba y cientos de palmas que terminaron de cubrir al peregrino.  A mi derecha vi a mi madre con un rostro resplandeciente de satisfacción… ¡Era toda alegría!
Miro ahora con mi desgastada vista después de tantos años que el Señor me ha dado, aquella vieja rama de olivo que de pequeño sembré.  En ese entonces estaba convencido que de ella brotaría un hermoso árbol; mismo que tengo frente a mí. Ahora comprendo quien era el personaje que aquella tarde de mi lejana infancia entró triunfante por los pórticos de Jerusalem.  Reconozco ahora porque mi madre y yo desesperadamente buscábamos ramas para salirle al paso entre himnos de júbilo y esperanzas de tiempos mejores. Ahora estoy consciente de que aquel extraño personaje era el Mesías, el Cristo, el Cordero de Dios. Me dirijo entonces a mi cuarto y del viejo baúl de ébano extraigo el trozo de tela que se desprendió de la túnica de aquel sencillo hombre que de pequeño miré extrañado por qué iba montado sobre un humilde burrito y toda una muchedumbre alababa su presencia. Lo acerqué a mis labios, lo besé y después de volverlo a colocar con devoción dentro del cofre,  me acerqué a la ventana a mirar como el sol se ocultaba detrás del frondoso olivo que hacía tiempo sembré; no reparé que de mi ojo derecho una descuidada perlita se había desprendido, humedeciendo el frío suelo de mi habitación…
Jerusalem año 103 después de Jesucristo.

*Monte de los olivos