CAMINANDO DESCUBRÍ
Inclino mi cabeza
para ver que la hierba aún crece a orilla de los caños. El sol
irrita mis pupilas por lo que en un intento fallido coloco una de las palmas de mis manos sobre mis ojos
para como mampara, evitar el exceso de luminiscencia. Descubro entonces que la mañana excita mis
fosas nasales con el perfume de las flores de los árboles cercanos y a mis
oídos llega el eterno sonido de las golondrinas en vuelo, un piar apenas
imperceptible que en la maravillosa convivencia de decenas de ellas, su canto
se multiplica hasta convertirlo en excelsa sinfonía.
Las suelas de mis
zapatos, ya desgastadas por el uso,
perciben el frío del asfalto acumulado desde la noche anterior, mientras mi piel se eriza por el vientecillo que del cañón de la
quebrada cercana, sube desde mis pies
hasta posarse en mi escasa cabellera, escasa por cortármela constantemente y no
por falta de nutrientes que con los años suelen disminuir.
Me río hacia mis adentros por este comentario. ¿A quién de mis lectores podría interesarle
mi cabellera?, lo cierto es que de reojo y hacia el horizonte mis montañas
azules que desde pequeño me acompañan, enmarcan el paisaje hacia mi trabajo. Subo una cuesta, otrora supongo era una bella
colina colmada de Santa Lucías y pastizales que ahora la atraviesan autos en prisa. A mi alrededor, la mañana comienza en el ciclo eterno de continuar la vida en
cada candado que abre el paso a las puertas de las panaderías, ventas de
abarrotes y ferreterías cercanas. Tomo
conciencia de que soy apenas el transeúnte de todos los días, quizás ignorado
por la gente del lugar.
Subo otra colina,
esta vez me distrae la hilera de porós, creciendo a orilla de la calle en cuyas ramas cuelgan
extensos nidos de oropéndolas.
Ahora desciendo el
camino y a mis oídos llega el sonido de la misma quebrada que escuché metros
atrás. Sus aguas muestran el color
oscuro de los ríos contaminados de la ciudad, pero percibo a la vez que aún hay
vida en el bosquecillo que crece en sus orillas. Entre la maraña de bambúes,
targuases y reinas de noche, caminan silenciosos, cientos de hormigas zompopas,
artrópodos de diferentes tamaños, y mariposas nocturnas, entre mamíferos de
pequeño tamaño y aves propias de ciudad.
Me doy cuenta de que mientras hayan parches de vegetación, la contaminación no
impide el desarrollo de cierta vida
animal en las urbes.
Faltan pocos minutos para llegar al lugar de mis labores, no sin
antes tomar un respiro en una
esquina a la espera de que el semáforo se ponga en rojo para
atravesar la calle y llegar con vida a
la acera de enfrente. En el último tramo
de mi corta travesía, antes de llegar
al liceo, donde enseño historia y geografía condensada en la asignatura de Estudios
Sociales, levanto mi mirada al cielo y
un ave negra de alas anchas cruza el azul para recordarme luego de que no hacen falta grandes travesías para
reconocer que la mano del Creador se señorea en cada detalle de lo que nuestra
vista divisa. Reconozco entonces la importancia de agradecer la dicha de vivir un día más para descubrir que
en cada mañana, hay algo diferente que observar. Llego por
fin a mi trabajo…